
Ayer fue un día muy ajetreado. Todos los primeros de noviembre tenemos la costumbre de abrir las puertas del castillo a todo ser que desee visitarnos. Las estancias están abarrotadas, especialmente los pasillos, lugares predilectos de mi Niña Ángela para recibir a los visitantes. Esta costumbre viene de varias generaciones atrás porque, según cuenta la leyenda, las hembras de mi familia nacemos con unos atributos físicos y psíquicos paranormales, transmitidos de madres a hijas, lo que hace que atraigamos toda clase de espíritus traviesos y viajeros que deambulan a nuestro alrededor como Pedro-por-su-casa. A la Niña Ángela le costó un poco acostumbrarse a ver pasear por los pasillos a todos esos niños tan paliditos con el pelo engominado y la raya en medio o las niñitas con tirabuzones rubios de piel transparente que se la quedaban mirando con ese muñeco sin ojos entre sus brazos. Con el tiempo aprendió que ese era su sino y con gran clarividencia supo sacar partido de su don aceptándolos como si fueran de la familia.
En este día grande todo está dispuesto con sumo cuidado para la gran fiesta en la que nos preparamos para el letargo del invierno, época en la que entramos en una muerte aparente, tiempo de penuria, oscuridad y frío. Las estancias se adornan con cientos de ramilletes de crisantemos pintados con todos los colores del arcoiris, lo que al menos nos alegra el día a nosotras porque los invitados suelen ser bastante serios y tienen cara de amargados. Se hacen las más de 100 camas de las que disponemos dejando una esquina levantada con el fin de que puedan acostarse y descansar en paz esa noche. Para que no se pierdan, el camino hacia el castillo está señalizado con lucecitas especiales que arden flotando sobre una capa de aceite lo que sirven también para señalar a las almas el camino de vuelta hacia su fría-casa-de-piedra. Estos seres, también llamados espíritus, le echan mucho morro y si no les limpias bien sus mármoles y piedras de acceso a su vivienda son capaces de quedarse todo el año contigo.
Desde el día 1 de noviembre hasta el mediodía del día siguiente deambulan por todas las torres y habitaciones de mi castillo y nosotras nos dedicamos a charlar con ellos de cosas super-importantes del más allá y del más acá. Mi ex-rey-consorte, que por su varonil condición ni siente ni padece, se dedica mientras tanto a atiborrarse con los huesitos de estos santos, manjar denominado huesos-de-santo, valga la redundancia. También suelo preparar para la ocasión buñuelos de viento que son muy facilitos de hacer porque, como su nombre indica, sólo hay que inflar una bolita de harina con aire-impregnado-en-crema. Claro que luego vienen los problemáticos gases, pero eso no nos preocupa demasiado, ya sabéis por posts anteriores que mi médico es especialista en este mal.
Entre todos estos aparecidos no podían faltar esos remedos de Don Juan Tenorio, de Zorrilla, que me rondaron en su día y que derechos partieron hacia un mundo mejor. Me doy cuenta que en el fondo nada cambia, aquí o más allá, la escenita es la misma. En un pis-pas convierten en un panteón mi lindo palacio-de-cristal.
D. Juan.-
Años ha
que falto de España ya,
y me chocó el ver al paso,
cuando a esas verjas llegué,
que encontraba este recinto
enteramente distinto
de cuando yo lo dejé.
Escultor.-
Yo lo creo; como que esto
era entonces un palacio,
y hoy es panteón el espacio
donde aquél estuvo puesto.
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Escultor.-
Pues habitó esta ciudad
y este palacio heredado,
un varón muy estimado
por su noble calidad.
D. Juan.-
D. diego Tenorio.
Escultor.-
El mismo.
Tuvo un hijo este Don Diego
peor mil veces que el fuego,
un aborto del abismo.
Un mozo sangriento y cruel,
que con tierra y cielo en guerra
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él.
Quimerista, seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.
Así le pinta la historia,
y si tal era, por cierto
que obró cuerdamente el muerto
para ganarse la gloria.
D. Juan.-
Pues ¿cómo obró?
Escultor.-
Dejó entera
su hacienda al que la empleara
en un panteón que asombrara
a la gente venidera.
Mas con condición, que dijo
que se enterraran en él
los que a la mano cruel
sucumbieron de su hijo.
Y mirad en derredor
los sepulcros de los más de ellos.
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Vuelven con la misma historia año tras año: que si no es verdad ángel de amor, lo de la apartada orilla, la luna brillando y demás sandeces repetidas hasta la saciedad...
...Y a Dios piden con afán
que los libere sin más
de su castigo divino.
Pero si estos desalmados creen
que, cual incauta Doña Inés,
voy a arriesgar sin tino
mi alma por ellos
ya pueden irse
por donde han venido.
Ya tuve mi purgatorio en vida
por su ambición desmedida
y crueles despreciaron mi ternura
y en su torpeza y locura
siguieron con bárbaro afán.
Justo es que ahora me vengue
enviándoles por ende
a la peor de las torturas
en manos de Satanás.
JA,JA,JA,JA,JA,JA,JA,JA (risa cavernosa)
Otra cosa que me ha entretenido siempre mucho es leer los cariñosos epitafios que sus amigos y familiares tuvieron a bien poner sobre sus tumbas. Así me encontré una vez, navegando por la red, todas estas hermosuras (pardiez que se me ha quedado ese deje cantarín de los Tenorios mentados)




Y me puede la impaciencia
por saber a ciencia cierta
qué me dejarán mis deudos
cuando este mundo cruel deje
en pos de lares más buenos.