domingo, 27 de abril de 2008

AQUELLOS MARAVILLOSOS DÍAS

Woman with red hair (Modigliani)

Hubo un tiempo en que mis felices días giraban alrededor de los movimientos de un esférico. En la edad de la inocencia, me desposé con un señor con bigote al que le gustaba vestirse de corto todos los domingos, a horas intempestivas, para así lucir sus musculosas piernas ante las somnolientas miradas de otras diez abnegadas novias-esposas-y-demás-enseres y de su deslumbrante princesa, de la que estaba enamorado hasta las trancas. Corría y corría detrás del balón, campo arriba, campo abajo….pero lo que mejor hacía y me llenaba de un incondicional orgullo era insultar a los contrarios y, como por descuido, clavarle los tacos en la espinilla a todo el que osase acercarse a menos de un metro. Un señor vestido de negro, que caía fatal a todo el mundo, le ponía ante sus narices constantemente unas tarjetitas de colorines que por lo visto eran la señal para que yo, inmediatamente, saltara sobre él diciéndole todas las barbaridades habidas y por haber odiándole hasta la muerte.

Pero yo nunca supe cumplir con mis deberes de esposa como todas aquellas compañeras de domingo ¡cómo las envidiaba, apoyando a sus hombres en aquella misión tan importante que los unía semana tras semana antes de atiborrarse hasta reventar de cerveza y patatas bravas! Cuando me quería dar cuenta de lo que estaba pasando ya se había acabado el segundo tiempo. Siempre fui una soñadora y mi mente volaba lejos, siguiendo el rastro de aquellas historias que hacía tiempo no leía, o de aquellas notas tan raras que me gustaba escuchar y que los oídos de mi comprensivo marido, acostumbrados al inigualable himno del “Madrid”, no podían soportar mucho más de cinco minutos.

Él me adoraba, yo era su vida, admiraba a su princesa tan inteligente, tan hermosa, que leía tanto y tan bien, que era tan divertida, tan snob que escuchaba esa música de jazz que consistía en desafinar sin ton ni son, que cocinaba exquisitas viandas capaces de enamorar al estómago de cualquier marido. Cada domingo al anochecer, antes de salir de viaje para ganarse el pan de cada día, me ponía a buen recaudo, con mucho mimo y amor, junto con infinidad de trofeos obtenidos a lo largo de su vida futbolera, en una vitrina construida ex profeso para exponer sus más preciados tesoros. Y en aquel lugar destacado disfrutaba de mi soledad durante toda la semana. Consciente de mis carencias en cuanto a las virtudes propias de una buena esposa, me esforzaba en aprender haciendo interminables ejercicios espirituales, deseando que llegara cuanto antes el viernes.

Lo primero que hacía nada más llegar era limpiar y sacar brillo a todos sus trofeos. Nos desempolvaba y preparaba para pasar otro delicioso fin de semana. La vida la hacíamos en la habitación de matrimonio, siempre fue muy pasional. La decoración consistía en una cama, una bandera del “Madrí” ondeando a su lado, otra del “Atleti” en el mío (¡cómo me gustaba provocarle, cómo se me ponía, bravo, bravo!) y un televisor a los pies del lecho nupcial. Nuestra vida sexual era intensa y ardiente. Después de la goleada de rigor, tras una semana de abstinencia, solíamos terminar con un trío u orgías varias con José María García y sus acólitos. Volvíame loca de pasión cuando llegaban al éxtasis y sus gritos resonaban por toda la estancia: gooooooooool, gol, gol, gol, goooooool. El sábado-sabadete me solía llevar a comer a Txistu o al Asador Donostiarra donde me lucía ante sus ídolos, jugadores de blanco que solían pasarse a tomar algo por allí habitualmente. Tal era la excitación que esto le provocaba que volvía ansioso a nuestro lecho a colmarme de placeres. Preparaba la velada con sumo cuidado y minuciosidad. Lo primero, encender la tele y buscar el partido adecuado para el momento, después su “piyama” con un hiperbólico escudo madridista, las banderas ondeando al viento del ventilador. Y allí estaba yo, excitada a la vista de todas aquellas hermosas extremidades que se movían en la pantalla, impaciente porque llegaran los 15 minutos de descanso en los que, si había suerte, él recababa en mis también curvilíneas formas e incluso, alguna vez, podía oir su voz pronunciando otras palabras que no fueran gol, hijo de puta, pásala cabrón….en fin, lo normal en estos casos.

Y de vuelta a los madrugones domingueros, a las reveladoras conversaciones con las consortes de sus compañeros de juego, a las cañitas hasta las 7 de la tarde, a la siesta con ronquidos incluidos después de tan agotador día, de vuelta a mi vitrina cuando volvía a partir.

Como siempre he sido una inconsciente y tengo este carácter tan impulsivo que me pierde, un día decidí tirar toda mi felicidad por la borda. Cogí mi maleta y me fui por la puerta de inicio, como el joven del que habla Diencéfalo en un post ,que me hizo recordar los días tan dichosos que pasé junto a mi ex-rey-consorte.

viernes, 11 de abril de 2008

BESARÉ EL SUELO POR TI

Cuanto más bella es la vida
más feroces sus zarpazos,
cuantos más frutos consigo
más cerca estoy de perder,
por una caricia tuya
toco el cielo con las manos
pero sé que si te marchas,
besaré el suelo otra vez.
Grita al mundo, rompe el aire
hasta que muera tu voz,
que el amor es un misterio
y que importa sólo a dos,
correremos por las calles,
gritaremos tú y yo
que el amor es un misterio
y que importa sólo a dos.
Yo no quiero causar pena
sólo por mi condición
de mujer rota en esencia
y herida en el corazón
no habrá un hombre en este mundo
que me vuelva a hacer caer,
porque sé que si se marcha
besaré el suelo otra vez.
Cuando llegue el huracán,
que seguro ha de venir,
por marcharte de mis brazos,
por escaparte de mí
pensaré que fuimos grandes,
pensaré que fuimos dos,
tú en tu cuerpo, yo en el mío
y un sólo corazón.

lunes, 7 de abril de 2008

RELACIONES SUBURBANAS


Viaje de ida

De repente me veo cruzando las puertas automáticas. Entro en el vagón. No sé cómo he llegado hasta allí, nada existe a mi alrededor, mi campo visual se reduce a la línea recta que hay frente a mis ojos, como un punto de luz al final de un túnel. Me descubro sentada completamente sola.

- Perdona… ¿crees que esta estación estará muy lejos?

Un culito respingón de voz aterciopelada abre una ventana a mi izquierda. Dejo entrar la luz por ella.

- (¿qué?) (mi vista va en busca de sus manos; cuidadas, seductoras, me sonríen)…depende a donde vayas (oigo mi voz por primera vez)
- supongo que eso es importante…entre las tres estaciones que quedan, ¿dónde me aconsejas bajarme?
- ¿buscas algo en concreto?
- Caminar…encuentros…desencuentros.

Se me escapa una de mis miradas, sé que mis ojos ahora son de color verde. Él la coge al vuelo y se la guarda como un tesoro.

- En la segunda. Podrás acercarte lo suficiente a tu destino pero siempre te quedará la opción de seguir hacia delante o hacia atrás, sin tener la sensación de un final cierto y de una despedida sin duda desalentadora.
- De lo que deduzco que tu parada es la última. Es curioso como a veces tu destino puede cambiar, aunque sea por unos minutos, por un cruce de miradas. Gracias por acompañarme en mi viaje.
- Gracias a ti por subirme a tu tren. Esta es la segunda estación.

Tal como llegó, desaparece. Mis ojos le siguen dejando en mi boca el sabor dulce de un tatuaje en su cuello. Durante dos estaciones consiguió desviarme del doloroso sendero por el que camino últimamente.

Viaje de vuelta

De nuevo en un vagón medio vacío, pero ahora me llega la luz desde todos los puntos a mi alrededor. Unos ojos como el cielo tantean de hito en hito en mi dirección. Sale a flote mi ternura y mis ojos vuelven a ser verdes. Se revuelve esperanzado. Busca, busca…un letrero luminoso con el destino del tren es su tabla de salvación.

- ¿este tren no va a Madrid?
- Claro que sí
- Ah, como pone Tres Olivos….
- Si, pero allí tiene que coger otro tren en el mismo andén que le llevará a Madrid
- Ya…como en Puerta de Arganda…supongo que habrá que pagar otro billete para poder pasar de uno a otro…no saben lo que hacer para sacar dinero…te recorres todo Madrid con un solo billete y para tres estaciones más te cobran lo mismo…. Yo es que viajo gratis (ya tiene en la mano el carnet de jubilado para mostrármelo)….me doy unas vueltas….y me llamo Manuel

Resulta que tuvo una novia una vez en Alcobendas y viajaba para ver como estaba todo después de tanto tiempo.

- Usted me recuerda mucho a ella….su sonrisa…
- Gracias, eso me halaga

Me cuenta, en tres estaciones su vida. Está feliz. Yo le escucho, me piropea, me hace reir, me acompaña.

- Mi estación.
- Ah, ¿es aquí donde nos bajamos? (me preguntan sus ojos ahora vidriosos)
- No, Tres Olivos está más lejos. No se olvide de bajar y cambiar de tren.
- Vaya…

Me obsequia con una sonrisa y la margarita que lleva en el bolsillo superior de su chaqueta. Su cuerpo se encoge en el asiento y vuelve a sumirse en sus silenciosos recuerdos.

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Tres soledades vuelven a su sitio.