lunes, 25 de diciembre de 2006

FEELING

La satisfacción, Gustav Klimt


- Me caes bien, Princesa, y sólo por una cosa ¿sabes cuál?


.....porque veo a mi amigo muy feliz contigo.


Mi pecho se hincha como el de un pavo real, siento que me ruborizo. Los dos dirigimos la mirada hacia su amigo y le contemplamos en su felicidad, que le sale a borbotones por la punta de sus dedos que me atraen como un imán en una necesidad incontrolable de rozarlos. Siento que, sin traspasar un momento los límites que marcan nuestros asientos a una distancia infinita para mí, nos enzarzamos en una pasional danza visual. Siento que me deslío en una sobreabundancia de deseos, siento que somos uno.


Siento que le amo.


Feeling good, Nina Simone

sábado, 16 de diciembre de 2006

NO ME ARREPIENTO DE NADA



Desde la mujer que soy, a veces me da por contemplar aquellas que pude haber sido; las mujeres primorosas, hacendosas, buenas esposas, dechado de virtudes, que deseara mi madre. No sé por qué la vida entera he pasado rebelándome contra ellas.

Odio sus amenazas en mi cuerpo. La culpa que sus vidas impecables, por extraño maleficio, me inspiran. Reniego de sus buenos oficios; de los llantos a escondidas del esposo, del pudor de su desnudez bajo la planchada y almidonada ropa interior. Estas mujeres, sin embargo, me miran desde el interior de los espejos, levantan su dedo acusador y, a veces, cedo a sus miradas de reproche y quiero ganarme la aceptación universal, ser la "niña buena", la "mujer decente", la Gioconda irreprochable. Sacarme diez en conducta con el partido, el estado, las amistades, mi familia, mis hijos y todos los demás seres, que abundantes pueblan este mundo nuestro. En esta contradicción inevitable entre lo que debió haber sido y lo que es, he librado numerosas batallas mortales, batallas a mordiscos de ellas contra mí -ellas habitando en mí queriendo ser yo misma- transgrediendo maternos mandamientos, desgarro dolorida y a trompicones a las mujeres internas que, desde la infancia, me retuercen los ojos porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable, que se enamora como alma en pena de causas justas, hombres hermosos y palabras juguetonas. Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada, e hice el amor sobre escritorios -en horas de oficina- y rompí lazos inviolables y me atreví a gozar el cuerpo sano y sinuoso con que los genes de todos mis ancestros me dotaron. No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones. No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf. Pero en los pozos oscuros en que me hundo, cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos, siento las lágrimas pujando, veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo, blandiendo condenas contra mi felicidad. Impertérritas niñas buenas me circundan y danzan sus canciones infantiles contra mí, contra esta mujer hecha y derecha, plena. Esta mujer de pechos en pecho y caderas anchas que, por mi madre y contra ella, me gusta ser.



P.D. He decidido dejaros aquí un video
que me sugiere Almach, que me parece muy acertado con la personalidad de esta vuestra Princesa del Vértigo.

sábado, 9 de diciembre de 2006

TANGO VAINILLA


Artango - Verano Porteño (Nélida y Jorge)



Bailarines entrelazados en un amplio salón de baile, unidos los rostros por las mejillas, impasibles sus semblantes. Con una sensualidad desbordante, son conscientes de algo trágico en el ambiente. Finísimos tacones de vértigo, multicolores, exultantes ante las aberturas interminables y los entreveros de piernas, deslizándose con elegancia por la pista. Las parejas danzaban a ritmo de la pasión del tango, en una soterrada lucha entre los estilos más clásicos de Pugliese y las tendencias innovadoras de Piazzola , la popular milonga y el etéreo valsecito o vals criollo.



Mi querida Reina Mora y esta Princesa del vértigo habíamos sido invitadas a una milonga en una de las salas de baile más típicas de Madrid. Abandonados los cimbreantes pañuelos de monedas cantarinas y los cueros, en mi caso, hicimos nuestra entrada convertidas en auténticas milonguitas.



Nélida y Jorge eran los anfitriones de la popular fiesta porteña. La Reina Mora lleva un tiempo aprendiendo con ellos el cadencioso caminar del tango. Yo los conocí hace muchísimos años, en una época en la que estuve a punto de renunciar a todo mi reino para dedicarme a esta profesión tan denostada en mi entorno, el oscuro mundo del baile. Ahora me dedico a disfrutarlo para mí, porque no podría vivir sin ello ya que está en mi esencia.



En un espacio de oscura intimidad, acomodamiento rojo-pasión, algo decadente, localizamos un grupo de gauchos entre los que destacaba un temerario-y-orgulloso-compadrito. Estos primitivos bailarines movían sus extremidades inferiores sin levantarlas del suelo, casi siempre hacia delante, en un continuo y voluptuoso enredo y desenredo con las de su acompañante, unidos en un contenido e inamovible abrazo. Diríase que sólo de mitad para abajo estaban vivos, mientras que la parte superior la mantenían en un apasionado y onírico letargo.



Siguiendo las reglas de protocolo y relaciones sociales entre especimenes de sexos diversos en estas fiestas milongueras, arte en el que la Reina Mora y yo destacamos ya que fuimos convenientemente adiestradas para ello desde nuestra real-cuna, nos dirigimos hacia los gauchitos pasando por delante sin dirigirles una sola mirada, situándonos estratégicamente en la mesa de al lado. Paseamos la vista por toda la sala, sin demostrar ningún tipo de interés por una escena en concreto, rápido pero significativo recorrido visual que incluía su espacio, por supuesto. Como corresponde a alguien que se precie de ser un orgulloso-compadrito, ellos invitaron a bailar a otras milonguitas. Es entonces, cuando se dirigen hacia la pista con sus acompañantes, cuando aprovechan a hacer el clásico “cabeceo” (movimiento único en su especie) con el que una sola vez (no más) te indican con una inexpresiva mirada dónde está la pista por si te interesa aceptar el próximo tango. Nosotras, siguiendo las normas milongueras, les dirigimos una mirada breve pero certera, derecha a alimentar su vanidad. Sólo quedaba esperar.



Aquel compadrito de movimiento canyengue en sus caderas, también llamado caminar arrabalero, se acercó y esperó. Habiendo dado ya mi aprobación, me limité a situarme delante de él esperando su abrazo. Él notó mi embarazo, ya que realmente yo no había bailado tango más que en dos ocasiones, pero en un arranque de galantería porteña intentó hacer que me sintiera cómoda y relajada, chamuyándome con su hablar lunfardo.



- Chsssss….tranquila, mi poyerita, para aprender a caminar sólo tenés que poner el corazón, aquí junto al mío, y cerrar los ojos. No necesitás nada más.



- Pues dale, macanudo.




Aquello para mí fue sencillo, porque soy muy de poner el corazón en todo, y lo hice, y cerré los ojos, me abandoné a su penetrante aroma a vainilla en un etéreo y contenido abrazo….y CAMINÉ, siempre hacia delante con firmeza y confianza. De a poco, nos deteníamos llenándonos de silencios, en una trágica y pasional espera, expresando lo inexpresable, volviendo de nuevo con la música después de ese mudo interludio, porque como dijo una vez Aldoux Huxley, “después del silencio lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”. Así caminé durante toda la noche con casi todos los gauchitos y compadritos asistentes a la milonga, abrazada y abandonada, poniendo mi corazón en ello, feliz. Feliz recordando entre esos tangueros-vainilla tu olor a leche merengada, tu afición de facultad por el tango y el corazón que le ponemos a nuestra danza amorosa cuando estamos juntos.



"Mamá, yo quiero un novio que sea
milonguero, guapo y compadrón. Que no se ponga gomina ni fume tabaco
inglés que pa´ hablar con una mina sepa chamuyo al revés. Mamá, si
encuentro a ese novio juro que me pianto aunque te enojés.
Ayer un mozo
elegante con pinta de distinguido, demostrando ser constante desde el taller me
ha seguido. Más cuando estuvo a mi lado me habló como un caramelo del sol, la
luna y el cielo y lo pianté con razón.
Mamá, yo quiero un novio que al
bailar se arrugue como un bandoneón . Mamá, yo quiero un novio que sea
milonguero, guapo y compadrón. De los de gacho ladeado, trencilla en el
pantalón; que no sea un almidonado con perfil de medallón.
Yo
quiero un hombre copero de los del tiempo del jopo que al truco conteste
“quiero” y en toda banca va al copo. Tanto me da que sea un pato, que si mi
novio precisa, yo empeño hasta la camisa y si eso es poco, el
colchón".