Aquí, tirada en mi cama sin hacer nada desde que he llegado de trabajar. Estoy cansada de ocuparme constantemente en cosas para no pensar: trabajo, trabajo y trabajo; limpio, limpio y limpio; llamo por teléfono a toda mi agenda aunque a la mitad no la escuche y la otra mitad no pueda hablar conmigo porque también están ocupados en ocuparse para no pensar. Pero hoy he decidido estar con mis pensamientos y dejar que campen a sus anchas. El caso es que ya me aburren, por reiterativos. Así que he empezado a pensar con los pensamientos de los demás.
Con los de mi amiga M (mi hermana-menor-adoptiva) la cabeza se me llena de deseos incontrolados de emociones fuertes, riesgo casi suicida, de pasiones imposibles, de un libio con tres mujeres y barba de chivo que va a comprar el mundo para mi y al que le van haciendo una reverencia por cada metro cuadrado que pisa. Pienso, con sus pensamientos, que me quiere llevar allí para presentarme a un primo de Gaddafi, primo del barba-chivo también y de otros chiquicientos mil chivos fundamentalistas. El caso es que tengo claustrofobia y no creo que aguantase mucho dentro de un burka por muchos diamantes que lleve incrustados.
Intento pensar en ti al estilo de mi hermana-menor-adoptiva y nos veo gastándonos nuestros sueldos mileuristas en una sola noche de orgía y desenfreno en el hotel más caro del mundo. Pero como tú no tienes una barba-chivo, ni te hacen reverencias, acabaríamos endeudados de por vida, huyendo de la policía en un BMW robado al aparcacoches. Entonces dejo de pensar por ella y pienso por mí misma que no tendrás una barba-chivo, pero que la tuya adquiere un precioso color naranja bajo los focos del escenario.