viernes, 18 de julio de 2008

TREGUNA, MECOIDES, TRECORUM SATISDI

A una princesa con inquietudes y solidaria como yo, le produce un sufrimiento sin límites la repercusión que el cambio climático y el período de dificultades objetivas está teniendo en el orden y concierto de los armarios reales. Desde hace meses, en los que hace frío al salir por la mañana pero al mediodía te tienes que empezar a quitar capas de encima y al caer el sol te quedas helado, todo mi vestuario de verano libra una batalla campal por conquistar los territorios ocupados por los atuendos otoño-invernales. Por más que haga zumbar mi látigo no consigo parar las constantes idas y venidas de “básicos” redivivos al trastero, maleteros, contenedores debajo de las camas, sillas y sillones varios. Las sandalias minimalistas ahorcan a traición con su única tira de cuero a botas y botines que de un puntapié repelen el ataque de bikinis y mini tops de tirante al cuello.

Ante esta caótica rebelión textil y la creciente indecisión ante lo que ponerme, crece en mi una terrible desazón.

Estos períodos de cambios estacionales (cada vez menos definidos) son ideales para reflexionar y hacerse preguntas existenciales.

Con mi ropa podrían rodarse diez películas de diez épocas diferentes y ganar diez oscars. Siempre he sido malísima calculando con qué frecuencia uso determinadas prendas de vestir, pero de lo que si estoy segura es de que casi nunca tengo nada que ponerme, aunque tenga la sensación de que toda mi ropa la uso regularmente. Mi vertiginosa cabecita no puede descifrar este galimatías y decido ponerle solución a mis quebraderos de cabeza poniendo en práctica mi caridad occidental. Meto toda la ropa que ya no me gusta en bolsas de Carrefour y la regalo a los pobrecitos pobres. Antes les quito los botones, siempre pueden servir. Estoy muy contenta porque soy muy generosa, les doy lo que no me sirve, aunque a ellos tampoco les sirva ni les guste (bueno, hay tres vestidos que ya no me sirven pero son demasiado bonitos para regalárselos a los pobrecitos pobres). Aún así hay algo que ronda en mi cabeza que no me deja tranquila ¿de qué sirve una camisa sin botones? ¿qué pasaría si un día me desprendiese de algo que todavía me hace falta, de algo que realmente les haga falta a ellos? A veces soy realmente complicada, me digo a mí misma. Al final mi conciencia se sale con la suya: este año no voy a quitar ni un solo botón.

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